Un maestro zen estaba pintando un cuadro y su principal discípulo estaba sentado a su lado para decirle cuando el cuadro estaba perfecto. El discípulo estaba preocupado y el maestro también estaba preocupado, porque el discípulo nunca había visto hacer algo imperfecto al maestro. Pero ese día las cosas se empezaron a torcer. El maestro lo intentó y cuanto más lo intentaba más lo estropeaba. El arte de la caligrafía se hace sobre papel de arroz, muy sensible y frágil. Y cualquier titubeo hará que se extienda más tinta de la cuenta y quedará reflejado para siempre. Y un entendido dirá: “no es una pintura zen en absoluto porque una pintura zen es espontánea, tiene que fluir. El maestro lo siguió intentando y cuanto más lo intentaba, más sudaba. El discípulo estaba allí sentado negando constantemente con la cabeza:
-No, no está perfecto. – Y el maestro iba cometiendo cada vez más errores.
Entonces se empezó a acabar la tinta, de modo que el maestro dijo:
– Sal fuera y prepara más tinta – Mientras el discípulo estaba fuera el maestro hizo su obra maestra. Cuando el discípulo volvió a entrar dijo:
– Pero ¡maestro, está perfecto! ¿Qué ha sucedido?
El maestro se echó a reír y dijo:
– Me he dado cuenta de una cosa: tu presencia, la misma idea de que aquí hay alguien para apreciar o criticar, diciendo sí o no, alteró mi tranquilidad interna. Ahora ya nunca más será alterada. Me he dado cuenta de que estaba tratando de hacerla perfecta y ésa es la única razón de que no fuera perfecta.
¿Te suena esta historia?¿Cuántas veces te has sentido bloqueado haciendo algo porque alguien te estaba observando? O porqué tú mismo tenías activado a tu juez interior…
Cuando nos estamos comparando, estamos tratando de “hacer algo en concreto”, queremos agradar o impresionar a alguien, queremos que nos admiren o valoren. Todo ese “esfuerzo” bloquea nuestra fuente natural de creatividad y entonces forzamos a que eso ocurra desde el lugar equivocado (la mente racional). La verdadera creatividad surge de estratos más profundos de nuestro cerebro o como dirían los místicos, de una energía interior. En cualquier caso, es algo que hay que permitir que salga sin el juicio de la mente.