Cuentan que dos niños, Riku y Kotaro, querían estudiar con el más famoso maestro Zen del Japón y acudieron a él con 8 años para que los tomara como discípulos. El maestro aceptó, pero les puso una condición: para ser mis discípulos y ser investidos como monjes zen, tenéis que ayudar en las labores del monasterio y ser capaz de cultivar y hacer crecer una planta. Ambos aceptaron, ya que les parecía una tarea ligera y fácil de realizar.
El maestro les dio unas semillas y les indicó a cada uno donde debían plantarlas. Los dos niños estaban emocionados con la perspectiva de poder aprender con el maestro y tras las labores encomendadas, iban presurosos a regar la tierra en dónde habían plantado las semillas. Los meses fueron pasando y en el lugar en donde estaban las semillas, no crecía nada.
Kotaro se impacientó y fue a preguntar al maestro que le respondió que la tarea era muy clara y que tocaba esperar. Aunque no lo veía muy claro, decidió seguir su consejo. Pero pasados dos años, Kotaro empezó a desmotivarse. Si las semillas eran malas o infértiles, jamás lograría ser investido como monje. Tantas horas haciendo labores en el monasterio y regando la tierra, no habrían servido para nada. Él había ido a aprender zen y a meditar!
Habló con su compañero Riku, convencido de que estaban perdiendo el tiempo y era mejor marcharse. Ryku no lo veía como él. El maestro había puesto una condición y estaba dispuesto a respetarla. Pero Kotaro no quería esperar más y decidió marcharse.
Pasaron los años y Riku siguió en el monasterio, sin dejar de hacer las tareas y de regar su trozo de tierra. También acudía a algunas sesiones de meditación que le indicaba el maestro. Tal vez no lo consiguiera, pero la experiencia estaba siendo excelente. Aprendía cada día del maestro, de sus compañeros y de las labores que realizaba.
Cuando estaba a punto de cumplir 15 años, al ir a regar su pedazo de tierra, descubrió un pequeño brote verde. Siguió acudiendo como hacía cada día y en sólo seis semanas un hermoso bambú de casi treinta metros había crecido. El maestro le invistió como monje y le dijo las siguientes palabras: durante los primeros siete años, aunque parecía que nada sucediera, el bambú estaba creando las raíces que necesitaba para luego crecer treinta metros. Del mismo modo tu estabas adquiriendo la actitud que ahora te permite ser monje.
Con los años, Ryku se convirtió a su vez en un venerable maestro.