Durante el confinamiento de la primavera pasada, teniendo a mi hijo en la Residencia Beato Medina Olmos, los sentimientos de todo tipo se agolpaban en mí, con un dolor y fuerza grandes.
Estamos a mas de 500 kilómetros y después de irse en enero a la vuelta de las vacaciones de Navidad, volvemos a verlo a finales de febrero.
Llegó esta pandemia con fuerza, y todo se paró.
Siempre con la seguridad de que estaba atendido,
él y todos sus compañeros.
Nuestra confianza con respecto al centro y a todas las personas, que de una manera u otra lo llevan, siempre ha sido y es muy buena. Pero claro, desde la distancia, todo pasa por la mente.
¿Se contagiará? ¿Y si lo tienen que llevar al hospital? ¡Qué dolor no estar con él!
Te lo imaginas de todas las maneras, hasta pensar que se puede morir y no poder verlo, estar a su lado… Se que las familias habrán estado como yo o peor. Siempre pendiente del teléfono, apenas sin poder dormir.
Un día llega la llamada de que mi hijo era positivo. Todo se acrecienta y el mundo, con cierta edad, se te viene encima. Pero todo empieza a ponerse en marcha allí. Todo organizado: aislarlos, hacerles la vida amena, y no puedo más que agradecer, con todas mis fuerzas, la atención médica.
Estuve informada día a día de su evolución con todo detalle. Todo el personal magnífico. Gracias a Dios y a los cuidados recibidos, salió adelante. Por ello mi agradecimiento y mi ánimo para que sigáis actuando y siendo como sois.
Un abrazo
María Quintana